Luisito, el de la segunda fila
Marcelo es un excelente profesor de Geografía.
En la clase acerca del Amazonas se excedió. Habló con entusiasmo, relató con lujo de detalles, describió con exactitud. Llenó el pizarrón con criterio y supo hacer que sus estudiantes descubrieran, mediante la interpretación del texto del libro, la magia de esa región casi salvaje. Exhibió un video, se detuvo en alguna escenas y las enriqueció con detalles, con los hechos probados y acontecimientos del día a día de cada a uno.
En el examen, por supuesto, no fue
de otra forma: pidió que sus estudiantes hicieran una redacción sobre el tema,
y preguntas que implicaban conocimientos sobre el Amazonas: sus ríos, aves,
vegetación, la inmensa selva. Los estudiantes la consideraron fácil. Tomaron
sus hojas y empezaron a volcar, palabra por palabra, sus ideas en el papel. Los
bolígrafos corrían y las líneas se convertían en párrafos. Marcelo sabía cuánto
iba a tener para corregir, pero estaba entusiasmado: sentía que sus estudiantes
aprendían y descubría el interés que sus ciencia despertaba. No pudo contener
la emoción cuando Helenita, su estudiante predilecta, se acercó agitada a su
mesa y pidió:
-
¿Puedo tomar una hoja en blanco más?
El único punto discordante, el
único sentimiento opaco que molestaba a Marcelo, era Luisito, el de la segunda
fila. – ¡Caramba! – Pensaba.- Luisito presenció todas sus clases y abría los
ojos de entusiasmo con las explicaciones, y ahora, en el examen, silencio
absoluto, inmovilidad total… ni siquiera una línea. Sintió ganas de ahorcarlo.
Pero no quería irritarse: Luisito ciertamente pagaría su precio al quedarse
para la etapa de recuperación. Podría también dejarlo libre; incluso sería
posible que perdiera todo un año de su vida.
Minutos después, avisó que el
tiempo se agotaba y pidió que entregara cada uno su hoja. Percibió entonces
que, en la primera página de las hojas del examen, Luisito había dibujado el
Amazonas. Rico, minucioso, preciso. Marcelo se emocionó al ver ese cuadro de
perfección en las manos de Luisito, quien estaba coloreando las últimas partes.
Entusiasmado preguntó:
-
¿Y, Luis? ¿Ya estuviste en el Amazonas?
No, Luisito jamás había salido de
su ciudad. Construyó su imagen a partir de las clases a las que concurrió.
Marcelo se sintió como un gigante, como si fuera el propio Piaget. Con sus
palabras había elaborado una imagen completa, correcta y absoluta en la mente
de su estudiante. Sin embargo, le dio un cero por la redacción. Claro en
aquella escuela no se permitía dibujar en las hojas de los exámenes.
La historia de Luisito se repite
en muchas escuelas. El estudiante con una muy lúcida, clara y desarrollada
inteligencia pictórica, que contrasta visiblemente con las limitaciones de su
competencia verbal. Expreso lo que sabía, de la manera como podía. Pero no
todos los profesores se encuentran entrenados para percibir lenguajes distintos
a los que la escuela instituyó como únicos o universales.
(Celso Antunes. Del libro
Marinheiros e profesores (Marineros y Profesores).
Petrópolis. Vozes, 2000, de
próxima publicación en la editorial San Benito)
Es verdad; Luisito posee una
notable expresión pictórica, a través de la cual puede hablar de sus saberes e
inducir procesos que evidencien los caminos de su aprendizaje. Sin embargo, le
faltan a él –y a muchos otros “Luisitos” –profesores que puedan discernir,
estimular, sugerir y encantar a sus estudiantes mostrándoles diferentes
lenguajes expresivos.
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